Los intereses económicos y estratégicos de las tres potencias compiten en el continente, pero los países africanos saben muy bien cómo jugar a varias bandas, sacando ventaja de un escenario más multipolar
Cuando en diciembre del año pasado el Consejero de Seguridad Nacional del Gobierno de Estados Unidos, John Bolton, anunció la nueva estrategia para África como un paso para contener la influencia de China y Rusia en el continente, decenas de artículos en revistas internacionales se hicieron eco de una nueva carrera por África cuyo objetivo no era otro que el de esquilmar los recursos naturales africanos, obtener una mayor parte del pastel de esa creciente clase media africana y acceder a cuantiosos contratos armamentísticos en un territorio que gasta alrededor del 2% del PIB en defensa.
De hecho, titulares de este tipo proliferan en todos los medios de comunicación: “Is China a Colonial Power?” titulaba el diario New York Times, cuestionando el proceso de expansión de China en África; El retorno de Rusia en África, lo hacía a su vez el New African, una de las revistas más influyentes de relaciones internacionales en el continente. Lo cierto es que la visión neocolonizadora que tanto se empeñan en mostrar los medios internacionales respecto a la relación entre el resto del mundo y África es, en sí misma, una muestra más de esa mentalidad ombligo-centrista que ha caracterizado históricamente las relaciones con el continente. Y lo es porque al narrar estas relaciones desde el punto de vista único de la superpotencia (ya sea esta China, EE UU, Rusia o incluso la UE), se niega la capacidad de actuar y tomar el control de los países africanos sobre sus propios recursos, sus políticas públicas y sus negociaciones con terceros, mostrándolos siempre como sujetos pasivos cuyo único papel es el de aceptar como les viene lo poco que estas superpotencias tienen que ofrecerles y consolidando una narrativa de sumisión que encaja en nuestras formas de entenderlas.
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