Cuenta la leyenda que fue Hemingway quien escribió este texto cuando un compañero le retó a escribir un relato con solo siete palabras. Siete palabras abren las puertas a una realidad tan trágica que el universo que genera a su alrededor es insoportable. Siete palabras que nos desgarran. Probadlo. Dadle unos minutos:
“Se venden: zapatos de bebé sin usar”
Tras cuatro meses de conflicto y más de veinticinco mil muertos parece imposible seguir encontrando adjetivos que puedan ayudar a describir la brutalidad de lo que está sucediendo en Gaza. Las cifras son tan escalofriantes que han dejado de doler. Si en otras guerras olvidadas los muertos se cuentan al peso, en Gaza, los niños se han convertido en un granel que, por su magnitud, nos aleja ya de la capacidad de imaginar. Y a la cifra de muertes se les une otra al menos tan trágica: casi un millón a los que, por cercanía, se les ha forzado a dejar de ser niños. Niños y niñas que han visto morir a sus hermanos, hermanas, padres y madres. Que han visto sus casas destrozadas y que se arrastran junto a sus familias de un lugar a otro intentado sobrevivir. Niños y niñas a los que se les ha robado la infancia y se les ha obligado a hacerse mayores a golpe de bombas.
Y lo cierto es que no sabemos nada de esa infancia perdida. Y a la vez lo sabemos todo. Sabemos, por experiencia propia, que tienen sueños y aspiraciones. Sabemos que pueden pintar futuros inimaginables. Sabemos que son capaces de perdonar y de abrazar las diferencias sin los prejuicios que los adultos nos hemos empeñado en construir. Sabemos que todavía mantienen esa mirada de inocencia capaz de encontrar el bien en cualquier entorno. Y, sin embargo, el bloqueo informativo en Gaza y décadas de campañas de deshumanización del pueblo palestino nos han insensibilizado de tal manera que, por primera vez en un conflicto reciente, hemos despojado a la infancia de su humanidad y la hemos convertido en una estadística.
Pero, si sabemos todo esto ¿Por qué no somos capaces de transmitirlo? ¿Por qué no somos capaces de contarlo? Dejadme que haga un intento:
Sham, 8 años.
El trazo armónico de cada letra le había obsesionado desde el primer día en que le pusieron un lápiz entre los dedos. La sencillez vertical del “alif” ( ا), la rebuscada complejidad del “shiin” ( ش), la elegancia redondeada del “taa” (ر). Por eso se ilusionó tanto cuando su padre le pidió que les escribiera sus nombres en las piernas.
Al terminar, cogió el rotulador rosa y se pintó el suyo con esmero en la espinilla: “Sham” (شام). Así supo su hermana que el cuerpo que yacía bajo los escombros era la misma persona a la que unos días atrás le había regalado su caja nueva de rotuladores.
Mian, 1 día.
Mian desplegó su sonrisa y emitió un tenue quejido al salir a la luz tras nueve meses de oscuridad. Al abrir los ojos, un intenso destello la deslumbró acompañando los gritos de alivio de su madre. Nunca más vería nada.
Ahmed, 12 años.
Siempre soñó con volar. No como Ícaro, usando sus propias alas, sino en uno de esos aparatos que durante horas seguía con la mirada desde el patio de su casa intentando adivinar de dónde venía y hacia dónde iba. El juego se hizo imposible cuando los aviones empezaron a volar demasiado bajo y su padre le prohibió salir al jardín mientras todos se hacinaban en el sótano de casa. Ese día, sin embargo, se escapó a la azotea y vio pasar el primer avión. De Israel, se dijo satisfecho al mismo tiempo en que el objeto metálico que había dejado caer, borraría de un plumazo sus ansias de surcar el cielo.
Sham, Mian y Ahmed, son tres nombres sacados al azar de esa montaña de muertos que se han acumulado en la trasera de Gaza. Tres vidas que podrían haber sido y nunca serán.
Como ellos hay más de once mil nombres y otros cientos que esperan bajo los escombros a ser nombrados. Por eso, desde Save The Children y con la ayuda de muchas voces de las letras y la crónica en español, lanzamos hace semanas #VidasQuePodríanHaberSido. Con los textos de Rosa Montero, Ángeles Caso, Antonio Muñoz Molina, Rodrigo Ruíz Rosa, y muchos otros, hemos intentado poner un rostro, imaginado pero realista, a todos esos niños y niñas que han muerto bajo las bombas del asedio israelí. Un intento de que la literatura cubra los huecos que el periodismo no puede llenar y de acercarnos al dolor (y a la esperanza) de una infancia a la que hemos obligado a dejar de serlo.
“Se venden: zapatos de bebé sin usar”
Ahora piénsalo, esos zapatos, podrían ser tuyos. Y dime si puedes seguir igual con tu vida.
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